domingo, 29 de mayo de 2011

1er texto del 3er trimestre

UNA GRAN DESDICHA: LA VIDA
Señor juez, a usted me dirijo para contarle que yo bueno fui toda mi vida, aunque algunas veces tenga yo que haber recurrido a recursos un poco indignantes.

Mi historia empieza un día de verano, cuando la gitana de mi madre me trajo a este mundo lleno de desdichas y pleigros. Viví con ella no más de unas pocas horas, hasta que decidió, tras no haber meditado demasiado, dejarme en la puerta de una casa, llamar al timbre y salir escopetada.

El dueño de la casa no estaba por lo que me recogió un mendigo, que me llevó hasta mi primer amo: un ''chulo putas'' que me dio de comer (muy poco) y me ha cuidado hasta ahora. Mi amo se llamaba Ricardo. Me enseñó a ser astuta, a no confiar en nadie y a perder mi inocencia ya que el mundo no era ''de color rosa''.

Cuando crecí un poco me enseñó el mundo de la prostitución ya que quería cuidarme para que llegara a ser una de las prostitutas de más glamour y de las más prestigiosas. Vivíamos en una chabola de poco más de veinte metros cuadrados que la policía no había logrado destruir según Ricardo gracias a los ataques de ''el gitano hambriento''.

Con catorce años presencié la muerte de un hombre por parte de mi amo. El hombre, había violado a una de sus prostitutas y no le había pagado. Mi amo no se enteró de mi presencia en aquel desagradable encuentro hasta un par de meses después, cuando se lo conté. Mi amo, sin ninguna respuesta para mí, me encerró en una pequeña habitación de la chabola unos meses. Me daba  la comida una vez a la semana y no me hablaba nunca.

Solía comer carne cruda debido a la carencia de una vitrocerámica o ''campingas''. Empecé a odiar a mi amo desde la primera semana de estar encerrada, ya que comprendí que no me dejaría suelta jamás.

Al año de estar encerrada me dejó salir para ser su ''prostituta glamurosa''.Él decía que no le guardase rencor, ya que todo lo había hecho por mi bien. No le hice caso. Cuando venían sus clientes más prestigiosos a por mí ,no les hacía el servicio y, cabreados, lo pagaban con Ricardo, que me pegaba cada vez que lo hacía.

Un día cuando ya no pude aguantar más el rencor hacia Ricardo, le di un golpe con una paella en la cabeza, tras una discusión. Cayó muerto al suelo con la cabeza sangrando.

Siento haber hecho esto último, señor juez, pero ya no podía con toda esta situación. No podía aguantar más años de mi vida con esa persona así, encerrada yo.

Así que, señor juez, haga lo que usted deba hacer, pero preferiría más estar encerrada en una cárcel toda mi vida, antes de haber permanecido un año más al servicio de Ricardo, un desdichado hombre que solo quería ganar beneficios antes que tratar bien a una mujer que debería de haber sido normal desde que nació (yo).

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